Tito Lucrecio Caro 94 aC – 53 aC

Poeta latino. Aunque se tienen pocos datos de su vida, se sabe que pertenecía a una familia aristocrática y que murió en torno a los cuarenta años, al parecer por un suicidio. Fue autor de uno de los poemas didácticos más valorados de la tradición latina, titulado «Sobre la naturaleza de las cosas». La obra recoge y vulgariza en gran medida la doctrina materialista de Epicuro, según la cual el mundo está constituido por átomos, elementos indivisibles que, por ser extremadamente tenues, escapan a nuestros sentidos y cuyo número es infinito. El hombre es mortal, y su felicidad depende de aceptar este hecho y perder el miedo a los dioses. Aunque el estoicismo tuvo mayor repercusión en Roma que el epicureísmo, sus contemporáneos conocían bien su obra, que fue rescatada durante el Renacimiento.

Tito Lucrecio Caro es un elocuente defensor del ateísmo y del materialismo.

“Elogio de Epicuro»

Los hombres se arrastraban torpemente

por tierra, derrotados bajo el peso

terrible de la Fe, que desplegaba

su rostro amenazante entre las nubes,

buscando horrorizar a los mortales,

cuando un hombre de Grecia fue el primero

que osó desafiarla y que sostuvo,

con sus ojos mortales, su mirada.

Ni la fama divina, ni los rayos,

ni el cielo con bramido amenazante

pudieron detenerlo, sino que

más fuerte espolearon su deseo

de hacer saltar los goznes de las puertas

del Mundo Natural por vez primera.

Su espíritu venció, vívida fuerza

que, yendo más allá de las murallas

de fuego de este mundo, recorrió

el Todo inmensurable, en mente y alma.

Y desde allí nos muestra, victorioso,

qué nace, qué no nace, en fin, las leyes

que dan poder y límite a las cosas.

De modo que la Fe yace rendida

y el hombre, vencedor, asciende al cielo.

Epicureista, fue mal interpretado por los pensadores cristianos, mahometanos y judíos. San Jerónimo calumnio de tal manera a Lucrecio que lo hizo desaparecer por más de mil años: Hasta el siglo XV no se volvió a tener noticias de la obra de Lucrecio. A pesar de todo, Lucrecio influyó notablemente en la cultura occidental, desde Virgilio hasta nuestros días. En “De la naturaleza de las cosas” hay una poesía de la fe de la cual Epicuro es el fundador y Lucrecio su más ferviente creyente.

«Esa es Venus para nosotros: de allí viene el nombre del amor; de allí destiló en nuestro corazón la gota primera de dulzura venérea y se siguió el inútil cuidado. Porque, aunque no esté presente el objeto amado, allí está su imagen constante y su dulce nombre que asedia nuestros oídos».

 

Lucrecio (siglo I antes de Jesucristo), dio a conocer su gran poema didáctico en seis volúmenes, De Rerum Natura (De la naturaleza de las cosas). Presentó las teorías de los filósofos griegos Demócrito y Epicuro y constituyó la fuente principal de la que hoy disponemos para conocer el pensamiento de Epicuro.

Su representación del universo como un conjunto fortuito de átomos que se movían en el vacío, su insistencia en el hecho de que el alma no es una entidad distinta e inmaterial, sino una aleatoria combinación de átomos que no sobrevive al cuerpo, y su defensa de que los fenómenos terrestres responden exclusivamente a causas naturales, intentan demostrar que el mundo no se rige por el poder divino y, por lo tanto, que el miedo a lo sobrenatural carece por completo de fundamento.

Uno de los pasajes más famosos de su obra De Rerum Natura es la descripción de la evolución de la vida primitiva y el nacimiento de la civilización.

El cristianismo y el sexo

Bertrand Russel

“La actitud de la religión cristiana ante el sexo es tan morbosa y antinatural que sólo puede comprenderse si la relacionamos con la enfermedad que atacó el mundo civilizado cuando decayó el Imperio Romano.

A veces se oye comentar que el cristianismo ha mejorado la condición de las mujeres; está es una de las tergiversaciones de la historia más groseras que puedan hacerse. En una sociedad que considera de la máxima importancia que las mujeres sigan a rajatabla un código moral muy estricto, es muy difícil que puedan disfrutar de una posición tolerable.

Los sacerdotes han considerado siempre a la mujer como la tentadora, la inspiradora de deseos impuros. La enseñanza tradicional de la Iglesia ha sido y sigue siendo que la castidad es lo mejor, aunque para quienes esto les resulte imposible dejan la posibilidad del matrimonio, porque “más vale casarse que abrasarse”, como brutalmente afirma San Pablo. Haciendo indisoluble el matrimonio e imposibilitando todo conocimiento del Ars Amandi, la Iglesia logró que la única forma de sexualidad permitida fuera dolorosa, en vez de placentera”